El día era grande de su estatura,
un presagio de tiempos nuevos,
una antesala de la fortuna.
Su canto grave rompía los credos,
y cantaba canciones duras,
cantaba golpes, cantaba el fuego.
Era el tiempo de los estrenos,
el comienzo del porvenir,
era el néctar contra el veneno,
la tierra en celo, era el fusil.
Era el canto definitivo,
y la vida cantó en su luz,
la canción del desposeído,
el canto bueno del buen cantor.
Arrebataba la poesía,
de los cuellos para el encaje
y untaba en máuser la cantoría.
Rompía las sedas y los ropajes
y teñidas de rebeldía
rojas banderas le hacían de paje.
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